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La Oración del “Padre Nuestro”

  • Encuentro Bíblico
  • 12 ago 2020
  • 4 Min. de lectura

Una de las primeras preguntas que uno debe responder con honestidad cuando se aproxima a las Sagradas Escrituras en busca de respuestas es: ¿qué estoy buscando, saber la verdad o confirmar lo que ya pienso?

Si Usted se aproxima a las Sagradas Escrituras buscando confirmar lo que ya piensa, Usted conseguirá confirmarlo, manipulando su contenido para hacerlo encajar con su creencia actual.

Pero si Usted en cambio se aproxima a las Sagradas Escrituras buscando la verdad y dejando de lado sus preconceptos y prejuicios, entonces podrá obtener un entendimiento revelado que librará su alma del engaño.

Frecuentemente, se acerca gente con ciertas consultas sobre la Biblia, no sólo sobre su contenido sino también en relación a prácticas que las personas adoptan debido a las enseñanzas religiosas que han recibido durante toda su vida.

Una de ellas es la que hoy nos ocupa. La Oración del “Padre Nuestro”. ¿Deberían los Cristianos repetir esta oración? En caso negativo, ¿Por qué entonces está enseñada en la Biblia por Jesús?

Es importante clarificar, antes de tratar este tema que la motivación en esclarecer esta y otras inquietudes no es la de desacreditar a ningún culto o religión, sino más bien acreditar la autoridad que tiene la Palabra de Dios como única norma para la creencia y para la práctica.

La Palabra de Dios tiene en Su misma esencia todas las cualidades y atributos necesarios para hacerse entender por Sí misma, sin la necesidad de que nadie, y digo nadie, le agregue nada, les saque nada, le cambie nada.

Para ello, disponemos de claves de interpretación. Una clave de interpretación genuina nunca servirá para interpretar la Palabra de Dios, sino para permitir que la Palabra de Dios se interprete a Sí misma. Esta diferencia puede parecer sutil, pero es determinante.

La así llamada Oración del “Padre Nuestro”, está registrada en pasajes de dos Evangelios, en Mateo, capítulo 6 y en Lucas, capítulo 11. En esta oportunidad, no tomaremos tiempo para analizar el contenido de la oración sino más bien, estudiar algunas claves sobre la pertinencia o no de usar esta oración como una fórmula a ser repetida.

Comencemos. El versículo 1 de Lucas 11, nos dice que “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.”

Todo comienza con una propuesta de uno de sus discípulos, basada en una comparación de lo que Juan hacía con sus discípulos. Estas comparaciones, muy humanas por cierto, eran frecuentes en los tiempos de Jesús (ver Lucas 5:33 y siguientes).

La evidencia interna de la propia Palabra nos debe responder la pregunta: ¿Deberían los Cristianos repetir esta oración? Y dentro de las claves de interpretación y aplicación bíblicas, está la que nos remite al contexto de lo que se expresa. Ese contexto puede ser remoto o lejano, o puede ser próximo o cercano. El aporte del contexto, en cualquier caso, debe ser sobre el mismo tema que se pretende esclarecer.

Veamos entonces qué nos dice


Mateo 6:7-9

(7) Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.

(8) No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.

(9) Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

El mismo contexto cercano nos indica con total claridad que cuando oremos no usemos vanas repeticiones.

Si vamos a presentarnos con honestidad delante de Dios para entender cuál es Su Voluntad, no podemos tomar una parte y descartar otra que no está de acuerdo con mis creencias.

Jesús no puede decir esto con tanta claridad y dos versículos más dar un contenido para ser repetido, es obvio que la intención en enseñar a los discípulos a orar no buscaba dar una fórmula que debía ser repetida sino una manera entre otras a ser empleada por ellos.

Asimismo, en el tratamiento de estas porciones de la Escritura, el estudioso Archibal Thomas Robertson, dice en su obra “Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento”, lo siguiente: “No hay evidencia alguna de que Jesús tuviera la intención de que cada forma constituyera un ritual.”

La repetición de acciones lleva de un modo u otro a quienes las ejecuta, a desarrollar un acto mecánico, dejando de poner el corazón en lo que se hace. Jesucristo mismo cuestionó a los líderes religiosos declarando: “este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mi, pues en vano me honran,…”. (Mateo 15:8, 9a)

La clave está en poner el corazón en los que se hace y no en repetir frases, y no hay ningún registro bíblico en el cual, ni Jesús ni ningún otro discípulo de él, hayan usado esta fórmula como modelo repetitivo de oración.

En el Nuevo Testamento, no hay ningún registro bíblico en el cual se nos instruya a orar usando la fórmula de este modelo repetitivo de oración, pero sí se registran numerosas citas en las que se nos instruye a orar dando gracias a Dios en el nombre de Jesucristo (Efesios 5:20; Filipenses 4:6; Colosenses 3:17, 4:2).

Agradecemos a Dios anticipando en creencia que El nos otorgará Su bendición, convencidos de ello, aún antes de verlo con nuestros ojos. Y lo hacemos en el nombre de Jesucristo, un nombre que es sobre todo nombre, delante del cual se dobla toda rodilla, en un claro signo del poder de Dios.

Todo lo demás en una oración de un hombre y una mujer respetuosos de Dios, debe provenir del “idioma de sus corazones”, utilizando sus propias expresiones, sin la necesidad de repetir frases que han sido dichas oportunamente para mostrarnos un modelo o forma posible a ser tenida en cuenta.

Mateo 21:16 declara que “…de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza”. No hay una alabanza más pura que aquella que emana de un corazón simple, como el de un niño.



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